Dejar ir, es ineludiblemente la mejor opción y la más dolorosa. Decimos tantas palabras al día, comentamos tantas noticias sin importancia para cubrir un silencio, recreamos nuestras palabras en frases que dan la vuelta a lo que queremos decir. Y pregunto ¿cuántas veces decimos te quiero, te amo, te adoro, te necesito, te añoro….? ¿cuántas veces comunicamos emociones desde el afecto?
Hemos aprendido en sociedad que las emociones nos convierten en vulnerables, nos dejan con el corazón al descubierto, resultamos demasiado transparentes si expresamos un te quiero, aunque sea un estoy solo y necesito de tu compañía porque no he aprendido a vivir conmigo. Las palabras son un elixir si brotan de nuestro músculo motor, en el instante que damos un abrazo o un beso a una persona que el tiempo nos la ha alejado, ¿por qué cuesta tanto decir te quiero a una madre/padre?. Durante la infancia lo repetimos hasta la saciedad, incluso irrumpe sin ser preguntado. La inocencia nos conduce al lecho de los papás. Sin previo aviso llega la adolescencia y las hormonas juegan un papel importante, en la madurez, si se puede llamar así, empezamos a reservarnos el derecho de pronunciarlo, finalmente en la senectud casi que se da por sabido y es cuando más han de ser pronunciadas esas emociones.
